lunes, julio 30, 2007

tengo abierto el minibar dice:
fuck
tengo abierto el minibar dice:
ya empezaron a fumar en esta casa
Alterself dice:
tu casa?
tengo abierto el minibar dice:

tengo abierto el minibar dice:
cigarros
tengo abierto el minibar dice:
los odio
Alterself dice:
yo no huelo nada, por el resfriado
Alterself dice:
alguna vez has olido kion frito?
tengo abierto el minibar dice:
alguna vez, seguro, en el chifa
Alterself dice:
sí?, no te ha hecho llorar?
tengo abierto el minibar dice:
no que yo recuerde
tengo abierto el minibar dice:
a ti te hace llorar?
Alterself dice:
sí, toser, llorar, me ahoga
tengo abierto el minibar dice:
vaya!
Alterself dice:
me imagino que así se siente cuando te lanzan una bomba lacrimógena

jueves, julio 26, 2007

Comentario sobre Los subterráneos, de Jack Kerouac
Acabo de terminar de leer Los subterráneos, de Jack Kerouac, con la certeza de haber hecho algo que debí haber hecho hace mucho tiempo. Los que conocen mi hábito de lectura, o mejor dicho, con quienes converso de mi hábito de lectura, recordarán que Los subterráneos es un libro que compré a los diecisiete o dieciocho años, que intenté leer unas tres veces, siendo esta última la tercera y la vencida.
No hubiera podido pues comenzar y terminar de leer Los subterráneos si no hubiera estado enamorado. De hecho, me atrevo a decir que si alguno de ustedes piensa leer Los subterráneos debería estar enamorado; ya que, más allá de la historia de los jóvenes barbudos, ángeles morfinómanos e intelectuales de San Francisco de los que habla Jack Kerouac, Los subterráneos es una historia de amor, o mejor dicho, es la misma historia de amor y desamor que se cuenta desde épocas inmemoriales.
Pero antes de empezar a analizar el libro, quiero hablar un poco sobre su autor. Los subterráneos es el tercer libro que leo de Jack Kerouac (los otros dos fueron, por supuesto, En el camino y Los vagabundos del Dharma) y los tres tienen en común una sola cosa: su autor es un personaje y un obsesionado, un tipo que se refiere a todo hipérbolamente y es capaz de provocarle a lector el desfallecimiento luego de una o dos páginas de su autodenominada “prosa espontánea”.
Se tiende a creer que En el camino es la obra maestra de Jack Kerouac y que allí se puede apreciar en todo su esplendor la “prosa espontánea” (también conocida como “prosa jazzística” o bop) y tal vez, es cierto que En el camino sea su mejor libro, es más largo y más ambicioso, pero Los subterráneos goza de otras cualidades. Su sola existencia eleva a su autor a la categoría de escritor experimental y trasgresor, adjetivos comunes para el padre de la generación beat.
Es que la prosa de Los subterráneos es invertebrada, se eleva y aterriza en abruptos recorridos que van desde una desenfrenada noche de licor, drogas y jazz hasta el lecho de los amantes, en este caso Mardou Fox y Leo Percepied. Suele decirse también que así como En el camino narra las aventuras de los “beats calientes”, Los subterráneos hace lo propio con la segunda camada de poetas y escritores de esta generación, es decir, los “beats fríos”. Más allá de quienes son los calientes y los fríos, la generación beat le hizo algo a la cultura norteamericana de lo que nunca podrá reponerse.
Hace un rato dije que Los subterráneos narraba la misma historia de amor y desamor de siempre. De hecho es la misma historia de amor y desamor desde tiempos inmemoriales, con la diferencia de que esta es la misma historia de amor y desamor en el San Francisco de comienzos de los años 50’s, entre un obsesionado escritor poco conocido llamado Leo Percepied y una negra hipster, bohemia y subterránea, dos personajes que inevitablemente se verán inmersos en una relación cargada de locura.
He ahí lo que lo hace de este libro un libro tan triste. Leo Percepied, alter ego de Jack Kerouac, se describe a sí mismo como “un hombre que no se tiene mucha fe” y un “inútil egomaníaco y bufón de nacimiento”. Tanto se enamora de Mardou Fox que todo el contexto termina siendo parte del romance, como si el idilio entre ambos hubiera involucrado a toda la pandilla, es decir, a toda la pandilla de poetas, escritores y ángeles de la desolación que comparten los días con ellos. Así también los parques, las calles, los bares terminan siendo tan culpables como sus protagonistas.
En un principio, Jack Kerouac hace un recuento de cómo llegó a conquistarla y al igual que hizo con su musa de En el camino, Dean Moriarty, empieza a edificar el mito de Mardou Fox engrandeciéndola, al igual que el joven enamorado engrandece y mitifica el objeto de su deseo. La prosa jazzística, mientras tanto, nos lleva de un lado a otro con su ir y venir de palabras, con sus diálogos entrelazados y la obseción de Kerouac (y aquí se le puede comprar con Marcel Proust) de traer de regreso cada movimiento, cada pensamiento y axioma que hizo su amada mientras estuvo en su lecho.
En este libro Kerouac divaga y saca conclusiones apresuradas, tomando en cuenta que solo se enamoró de una hipster algo loca y drogadicta. Sospecho que la verdadera trama de este libro no radica en las aventuras de los beats fríos, ni en sus conceptos, ni en sus juergas, sino en el abandono y en el desamor. Por eso, en Los subterráneos he logrado encontrar un fiel reflejo de lo que siento (desde que empecé a leer este libro he vivido un desamor), incluyendo estas ganas terribles de dejar de ser un subterráneo, y como dice Mardou Fox: “Quisiera que nos quedáramos en casa, escuchando la radio o leyendo lo que sea”.
A diferencia de En el camino, los personajes de Los subterráneos viajan muy poco. La primera mitad del libro transcurre casi íntegramente en el pequeño departamento de Mardou Fox en Telegraph Hill, donde ella le contó la historia de su vida y él le dijo cosas como: “Tesoro; tú y yo, ¿no vendrías a México conmigo?”. En la segunda parte, en cambio, acontece la tragedia: su amor por Mardou se desvanece a causa de su alcoholismo, el descontrol y la histeria.
El espíritu de contradicción de Kerouac está presente siempre en el libro. Leo ama a Mardou pero a la vez la desprecia por “ser negra”, no duda en abandonarla por irse a beber con sus amigos, está enamorado de ella pero no dudaría en dejarla por cualquier otra; a su vez, Leo sueña con ir a México con Mardou, donde el color de su piel no importaría y donde ambos podrían tener hijos y salir a caminar de la mano.
Otro atributo de Los subterráneos es que da la impresión de estar sucediendo mientras es escrita (la leyenda cuenta que Kerouac escribió el libro en tres noches). La narración es además no lineal, el narrador puede ir de presente a pasado y mostrar lo que será un acontecimiento futuro. Los subterráneos entonces parece carecer de pies y cabeza, es la narración a largo aliento de Leo Percepied.
Las últimas páginas del libro son estremecedoras. La inseguridad se le presentó a Leo Percepied en forma de un sueño y se vuelve realidad una larga noche de alcohol. Ahí es cuando Jack Kerouac lanza su proyectil más certero: “Todo resulta inútil cuando hasta los pájaros mismos están tristes”. ¿De qué sirven entonces las drogas, el alcohol, el jazz, la promesa del arte, si el amor, quizás el sentimiento más noble que alberga el alma humana, se consume? “Me pasa solamente que cuando miro por la ventana hasta los pájaros me parecen tristes”.
Relatar el final de este libro debería estar penado por la ley y por eso no lo haré (al menos no de manera concreta, pero sí dejaré un guiño en forma de pecado) y termino este análisis dando a mí parecer una oportuna observación: en estos tiempos un escritor como Jack Kerouac no sería apreciado, ya sea por trasgresor o por antipático, o por mero capricho de la crítica, o porque el momento de los escritores como Kerouac simplemente ya pasó.
Lo cierto es que este escritor era un aventurero, un histérico, un malhumorado, un necio y sobretodo, un alucinado. Jack Kerouac iba de aquí para allá convencido de estar haciendo algo bueno, algo grande, y como muchos escritores geniales, su mayor defecto y su mayor virtud fue escribir siempre de sí mismo y de las cosas que le pasaban (que es como decir que escribía de las personas que conocía y admiraba). De hecho, Mardou Fox despertó en Leo ese tipo de obseción. ¿Y qué es el arte sino una obseción?
De hecho, termino las páginas de este genial libro pensando en lo grandioso que fue ese escritor estadounidense hace más de cincuenta años. Pensando ahora en mis amores y desamores. Pensando en aquel ángel que ha venido a este mundo solo por broma.
Y escribo esto que he escrito.






Pedro Casusol
Julio 2007

lunes, julio 23, 2007


domingo, julio 22, 2007


jueves, julio 19, 2007

Mi sierra eléctrica no cierra los feriados
Respire, no aspire (cocaína)

La madrugada del 23 al 24 de agosto del 2001 Joaquín Sabina sufrió una isquemia cerebral. Inmediatamente, todos los medios de comunicación lo dieron por muerto. Hacía un mes, Sabina había cancelado dos veces consecutivas una lectura de poemas en Barcelona y había muchas especulaciones con respecto a su salud. Lo cierto es que aquel incidente (al que él gusta referirse como “marichalazo”) lo hizo volver a la vida con la, en un principio, saludable intención de sentar cabeza.

Háblame de tu depresión, Joaquín. De esa nube negra que te sobrevino tras el marichalazo, rebasados los cincuenta, como una furiosa menopausia. Quién te lo iba a decir.

“¿Quieres que te hable de la depresión? Pues para que te entiendas fue algo así como cuando uno tiene catorce o quince años y cree que la muerte es algo que sólo les pasa a los demás y nunca a él, porque la muerte no existe entonces en lo absoluto, ni siquiera si de pronto se muere tu abuelo. De hecho, los niños no lloran en los entierros; están inmunizados por unas enzimas que tienen. Del mismo modo, la depresión, que alguna vez sufrí de cerca por cierta chica muy amada, me parecía que era algo que nunca me iba a pasar a mí. A raíz del marichalazo, del que me recuperé asombrosamente rápido -al cuarto día ya andaba y podía mover el brazo-, algún médico, algún sabio que consulté, me dijo que tuviera cuidado porque, cuando menos me lo esperara, me iba a sobrevenir una depresión. Y sucedió. De una forma además bastante rara de tragar para quien yo había sido, porque era una grandísima falta de interés por todo o por casi todo y ningunas ganas de ver a nadie, ni siquiera a la gente más querida. Estuve así como año y medio o dos años, sin “ganas de” [en alusión a su canto a la vida de Ganas de…, incluido en el disco Esta boca es mía]. Con un rechazo radical y frontal por todo lo que significara escenario y compromisos públicos. Incluso cuando empecé a asumirlos, a ir, por ejemplo, a alguna entrevista de prensa o de televisión, o con Luis García Montero y Ángel González el día de la presentación de mi libro de sonetos, me costaba muchísimo. Nunca olvidaré el día en que tuve que presentar una novela de Almudena Grandes: estuve vomitando una hora entera, hasta justo dos minutos antes de salir a presentarla. Mi cuerpo rechazaba completamente cualquier compromiso público. Recuerdo también que Manel Fuentes, al que quiero mucho, me quería hacer una entrevista para su programa de televisión y tuvo que venir a casa tres veces porque las dos primeras no me presenté. Le decía a Jime: “No puedo, no puedo”, y ella insistía un poco y yo me ponía histérico: “¡Si te digo que no puedo es porque no puedo!” El caso es que al final conseguí domar mi cuerpo de una manera rara: cuando tenía que hacer algo para un amigo muy querido al que no le podía decir que no -hablo de muy pocas personas, Luisito García Montero o Ángel González-, me levantaba diez horas antes para vomitar y pasar del espejo. Y así fui empezando a salir.

(…)

Lo que te condujo a la depresión fue, como tú mismo has señalado, el marichalazo, el ictus cerebral, y lo que te llevó a sufrir ese ictus fue tu militancia drogadicta.

“Sí, por qué no, hablemos de las drogas. Hoy he estado releyendo una entrevista que me hizo Victoria Prego en la que le contaba que llevando la vida que yo he llevado, la gente se muere a los sesenta años. Y le ponía de ejemplo a los Carlos Barral y a los Giles de Biedma, a toda esa banda de borrachos. Yo tengo cincuenta y cinco y no tengo la menor intención de morirme, pero sí he llegado a estar ahí, en una zona de mucho riesgo.”

En muchas de las entrevistas que te han hecho decías, cínicamente: “Sí, alguna raya me he metido”.


“Sí. Yo nunca he negado que me metiera rayas a diario.”

Es cierto que nunca has negado que consumieras cocaína, pero por la manera en que lo decías casi parecía que, efectivamente, era algo que hacías, pero no con la frecuencia suficiente como para que te adjudicaran adjetivos indeseables. Y ahora te pregunto: ¿se puede decir que has sido cocainómano o adicto a la cocaína durante muchos años?

“Pues mira, tal vez soy más borracho que adicto a la cocaína, porque mientras a mi alrededor mataban por una raya, yo la verdad es que no. Recuerdo muy bien que cuando estaba trabajando en casa para sacar adelante 19 días y 500 noches, la gente que estaba conmigo se iba todas las noches cuatro o cinco horas a un bar, entre la una y las cuatro de la mañana, y en ese tiempo yo seguía escribiendo sin necesidad de meterme ninguna raya. Desde luego que no soy de esos que se miden y se controlan muchísimo, y de vez en cuando me he pegado pasones tremendos, pero tampoco soy un conductor suicida.”

Dices que eres, hoy, más borracho que drogadicto has sido.

“De hecho, he podido dejar las drogas sin grandes conflictos y, además, las dejé sin que el marichalazo me diera el aviso, de la noche a la mañana. Sin embargo, la vida sin una copita se me hace muy incolora, inodora e insípida. Es decir, la cultura del alcohol es en mi opinión muy superior a la de la droga. Llamo cultura del alcohol a compartir una estupenda mesa con unos amigos que tengan una conversación florida, interesante y divertida, y eso es con unos whiskys o con unos vinos. La cultura de la droga, sea cual sea, con la única excepción de los canutos, acaba metiéndote en un agujero, incomunicándote. Y eso no me interesa nada.

Extraído de Yo también se jugarme la boca. Sabina en carne viva (Ediciones B, 2006) Joaquín Sabina y Javier Menéndez Flores.

domingo, julio 15, 2007

Intenta mantenerte iluminado
"(...) escribo en technicolor la canción de las noches perdidas, para vengarme de tantas tardes de lluvia en blanco y negro, de tantos hombres de traje gris, de tantas rubias de bote que se van con idiotas morenos que juegan al baloncesto, de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías.
(...)
Pero no me quejo; tengo amigos y memorias y risas y trenes y bares y una mala salud de hierro y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienen (dejadme que os cuente) orgulloso como un padre primerizo que babea. Y, de cuando en cuando, una rubia de bote me tira un beso, desde el público, aprovechando un despiste de su novio; ese idiota moreno que juega al baloncesto."
Joaquín Sabina

sábado, julio 14, 2007

Estoy enamorado de Mardou Fox



domingo, julio 08, 2007

y si me disfrazo de bonsai?
y me quedo en estado catatónico unos días
y me crecen ramas y raíces?
facil la veo desnuda

jueves, julio 05, 2007

sucia zorra

en medio de esta semana salvaje de cierre de catálogo en la agencia con amanecidas y comida rápida, me he dado tiempo para terminarrr Crímenes perfectos, el último capítulo justo ahora después de almorzar un menú light frente a mi pc.

me ha parecido de la conche, sobre todo al final. confieso que al comienzo le dije a marii que me gustaba más No te enamores nunca, pero ahora cuando ya se han cerrado todos los círculos y dudas me parece mejor esta. El capítulo 59 es buenísimo y cae en el momento exacto (hay buen juego del pasado presente y futuro en general) y las tres ultimas oraciones del capítulo 60, o sea el punto final... me gusta mucho.

Creo que me sentí perdido pq cuando comienza no te da la sensación de todo lo que va a venir, es decir no parece una novela de crímenes. Y bueno, talvez no sea problema de la novela. Yo creo que es pq te conozco y asumí que era por calamaro, ya sabes. Marii me dijo: ay pierre pero si se llama crímenes perfectos! de qué más va a tratar? pero yo más bien había atinado a pensar que era una metáfora y un juego con la canción (recuerda q a la anterior le pusiste TUYO SIEMPRE), así que no es mi culpa jajaja, y claro como la otra novela no trataba de crímenes sino de gente pastrula que se enamoraba no esperaba esto, pero bueno, es un tema mío creo.

Luego que ya me metí en la novela y supe que era una wada de crímenes le seguí dando y dando y me ha parecido chévere.

pregunta:
esto está basado en algo real? pq hay cosass reconntra macabras y estábamos preocupados con marii jaja XD

besos

pierre

miércoles, julio 04, 2007

Para Bob Dylan

“You can either go to the church of your choice
Or you can go to Brooklyn State Hospital
You'll find God in the church of your choice
You'll find Woody Guthrie in Brooklyn State Hospital”

Hiciste tu propio camino
Cantaste tus propias canciones
Fuiste la voz de una generación
Y dijiste que nada era real
Mataste a tus propios ídolos
Desconfiaste de ti mismo
Fuiste niño, fuiste grande
Fuiste a Nueva York
Dejando atrás
Papá Mamá Hermano Hermana
Pueblo Amigos Perro
Y la radio donde escuchaste
Las primeras canciones de tu época
Bob, tú nunca miraste atrás
Nunca volviste tu mirada para extrañar
Y dejaste a las primeras chicas que te amaron
Fumaste marihuana en los cafés
En los alrededores de la universidad de Berkeley
Robaste discos
Cantaste canciones Folk en los lugares
Que luego se harían famosos
Aquí cantó Bob Dylan
Sus canciones eran de protesta
Aquí los chicos aplaudían chasqueando los dedos
Como era costumbre en la época
Todo muy bohemio, muy liberal
Encontraste a Woody Guthrie
En el Brooklyn State Hospital
Donde te dijo que estaba vivo
Y quién sabe qué cosas más
De regreso, sacaste tu primer disco
Donde había una canción para Woody
Te presentaste en festivales
Cantaste “las respuestas están en el viento”
Con tu segundo disco llegó la fama
Conociste a Joan Báez
Y con seguridad te enamoraste
Luego le dijiste adiós
Cuando hubo que elegir
Y te casaste con Sara
Más tarde le cantarías a los “ojos tristes de la chica de los países bajos”
Pero antes compusiste una canción
Donde decías que te sentías “como una piedra rodante”
Que no tenías casa
Que te sentías un completo desconocido
Entonces te abuchearon
Dijeron que habías abandonado tus raíces
En Inglaterra te gritaron cosas
No dudaste en responderles
Cantando “la balada del hombre flaco”
Y la “vía de la desolación”
Tú eras ya un nuevo tipo de poeta
Te adelantaste a tu época, Bob
Para ellos solo eran ruidos extraños
Así seguiste madurando
Te burlaste de los medios
Destilaste esencia en cada una de tus palabras
Tu pelo se volvió un referente
Eras un gringo inteligente y chiflado
De tu accidente en moto poco se sabe
Se dice que dejaste las anfetaminas
Por alguna razón también la gira
Estuviste así varios años
Componiendo con tu banda las canciones del sótano
En los años setenta algo pasó
Las giras se reanudaron
Después de tus primeras películas te volviste cristiano
Largos discursos religiosos en conciertos
Música gospel
Canciones a Dios
Nada mal para un cantante que siempre siguió su propia ruta
Que siempre fue original
Que siempre dejó todo atrás
Que nunca se arrepintió de nada
Que dejó tras de sí una serie de documentos
Una serie de sensaciones
Bob, lo tuyo son impresiones eternas
Canciones de alcoba para cantar y bailar
Verdades universales
Canciones de amor
Comida para el alma
Cosas con las que uno se queda
Imágenes abstractas y familiares
Como esa canción que dice “te deseo”
Bob, quizá algún día te mire a los ojos
Y te diga lo grande que eres
Por ahora me dedico a practicar lo que me has enseñado
Como nunca mirar atrás y aprender a decir adiós